Hay cosas en la vida que marcan a las personas.
Muchas quedan enterradas pronto, que no significa que se olviden, sino que su significado ha sido asimilado, por lo que es posible que afecten a futuras decisiones, y tal vez en esos momentos lleguen a desenterrarse momentáneamente.
Otras, dejan una marca que hace que la gente cambie de algún modo, pues aunque nunca se olvidan, la marca que dejan es del tipo que te ayuda a seguir adelante, que hace que cuando las cosas van mal aún sigas levantándote.
Y hay algunas... que se te clavan dentro como trozos afilados de cristal, y arraigan en lo más profundo. No puedes ahogarte, porque las cosas nunca volverán a ser como eran, ni salir a flote, porque por más que lo intentas tampoco puedes olvidar, y cuando crees que lo has conseguido, se clavan más los trozos para recordarte que el dolor nunca se irá.
Y aunque te gustaría seguir adelante y decirle algo a esa persona, aún en el supuesto e imposible caso de que te dijera que sí, sientes que no sería justo, porque... ¿y si el dolor nunca se va, y al final acabas haciéndole daño a esa persona?
Y sumándole el tormento de que pueda decir que no, entras en un círculo del que no puedes salir. Y llega un punto en que haces lo que sea con tal de que pase el tiempo, porque sabes que nada de lo que hagas cambiará lo que tienes dentro, y al final decides que dejarás de intentar ser feliz.
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